EN LAS AULAS INCLUSIVAS, VALORES DE SOLIDARIDAD, COOPERACIÓN, COLABORACIÓN, COMPAÑERISMO, RESPETO.... SUSTITUYEN A LA VIOLENCIA
Os pongo el enlace de una de las experiencias publicadas en este blog, con alumnos en situaciones de riesgo, que lejos de ser agredidos por sus compañeos, fueron valorados, queridos y en ocasiones Admirados!!!.Uno de ellos pasó a formar parte del grupo de líderes de la clase.
Este artículo publicado en Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, habla de diferentes causas de la violencia escolar, me ha parecido muy clarificador, así es que os remito a él......¿Qué opináis?
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Causas de la violencia escolar,
Convivencia escolar,
Formas de violencia escolar
1.- La violencia escolar
Como
en toda la sociedad, también en la escuela (Ortega Ruiz y Mora Merchán,
2000) (Debardieux y Blaya, 2001) está presente la agresividad y ésta
desencadena problemas más o menos graves, a los que haremos alusión en
las próximas páginas, que dedicaremos a hacer un breve análisis de las
principales manifestaciones de la violencia en el contexto escolar. Los
profesores y profesoras sufren las agresiones de sus alumnos, de sus
compañeros y de sus superiores; los alumnos, a su vez, están expuestos a
las agresiones de sus compañeros y de los profesores; y todos ellos
sufren, aunque de distinta forma, las coacciones de la institución
escolar y la presión de la violencia estructural.
Frecuentemente
se centra la atención en los problemas que generan las agresiones de
los estudiantes entre sí o hacia los profesores, pero lo cierto es que
la violencia estructural que ejercen la sociedad, la escuela y los
profesores, es un condicionante de la agresividad de los estudiantes,
que a veces puede actuar en ellos como un mecanismo de defensa y
protesta. De esta forma la violencia funciona como una espiral que
genera más violencia.
1. 1. El maltrato entre iguales
Los
primeros estudios sobre violencia entre iguales fueron realizados por
Heinemman (1972) y Olweus (1973; 1978; 1993; 1996; 1998). Podemos
definir el maltrato entre iguales (Bullying) como una conducta de
persecución y agresión física, psicológica o moral que realiza un alumno
o grupo de alumnos sobre otro, con desequilibrio de poder y de manera
reiterada. En este sentido, las investigaciones realizadas en los
últimos años sobre este tema coinciden en que el maltrato entre iguales
en el contexto escolar es un fenómeno presente en numerosos países
(Ortega Ruiz y Mora Merchán, 2000) (Debardieux y Blaya, 2001). Por otra
parte, según diferentes investigaciones realizadas en España, como las
de Ortega Ruiz (1997), Ortega Ruiz y Mora Merchán (1997; 1998) o el
Informe del Defensor del Pueblo (2000), las características más
destacadas del bullying son las siguientes:
1) Tiene diferentes manifestaciones: maltrato verbal (insultos y rumores), robo, amenazas, agresiones y aislamiento social.
2)
En el caso de los chicos su forma más frecuente es la agresión física y
verbal, mientras que en el de las chicas su manifestación es más
indirecta, tomando frecuentemente la forma de aislamiento de la víctima o
exclusión social.
3) Tiende a disminuir con la edad y su mayor nivel de incidencia se da entre los 11 y los 14 años.
4)
Finalmente, su escenario más frecuente suele ser el patio de recreo (en
primaria), que se amplía a otros contextos (aulas, pasillos...) en el
caso de secundaria.
Mora
Merchán (2001) señala en su Tesis Doctoral que el número de alumnos
afectados por el Bullying se sitúa alrededor de 11%, dato consistente
con las investigaciones desarrolladas en otros países de nuestro
entorno.
En
todo nuestro entorno cultural (Debardieux y Blaya, 2001) (Etxeberría,
2001) (García Correa, 2001) y en nuestro país en particular (Del Rey y
Ortega, 2001) (Morollón, 2001), existe una sensibilización creciente
ante el problema del maltrato entre iguales y de la violencia escolar en
general, como se pone de manifiesto en las numerosas investigaciones,
publicaciones, programas de prevención e intervención, congresos o
actividades de formación del profesorado existentes en la actualidad de
las que, por otra parte, se deja una amplia reseña bibliográfica en esta
monografía [(Fernández y Palomero, 2001) - Pulsar aquí para acceder a este documento a texto completo].
En el Informe del Defensor del Pueblo (1999) (Pulsar aquí para acceder al mismo a texto completo),
de referencia obligada por ser un estudio de carácter nacional sobre
malos tratos entre escolares realizado sobre una muestra de 3.000
estudiantes de Educación Secundaria pertenecientes a 300 centros
públicos, concertados y privados de toda España, se analiza la
incidencia de un total de trece actos violentos: insultar, hablar mal,
ignorar, poner motes, esconder cosas, no dejar participar, amenazar para
meter miedo, pegar, robar, romper cosas, acosar sexualmente, amenazar
con armas y obligar a hacer cosas.
En
este informe se recogen también los resultados de una encuesta a
equipos directivos, profesores y estudiantes, en la que se reflejan las
diferentes percepciones de unos y otros con respecto al fenómeno de la
violencia escolar, ofreciendo unas pautas de orientación ante el mismo.
Según
este informe los profesores, más preocupados por los problemas de
aprendizaje que por el desarrollo de la inteligencia emocional de los
estudiantes, no son conscientes de la gravedad y causas del Bullying,
que achacan a factores individuales o sociofamiliares ajenos al centro
escolar, y que muy frecuentemente abordan de forma inadecuada: o no
hacen nada ante el problema o responden con pautas de agresión similares
a las de los alumnos; no mantienen suficientemente abiertos los canales
de comunicación con los estudiantes y sus familias; se resisten a los
cambios imprescindibles en aulas y centros para hacer frente al
problema; desconfían de las tutorías e ignoran al Departamento de
Orientación; no valoran la ayuda de los expertos y presentan
resistencias a la formación permanente.
1. 2. Violencia de los alumnos hacia los profesores
Los
problemas de disciplina han sido siempre un componente de la escuela
(Ortega y Cols., 1998). Esta engloba todo un conjunto de reglas, hábitos
de relación y convenciones sociales... que si no están bien asumidos e
integrados por los diferentes miembros de la comunidad escolar
entorpecen la convivencia, convirtiéndose en una fuente de conflictos,
de manera que podríamos afirmar que en la disciplina se refleja el
carácter democrático o no de la convivencia escolar. La falta de
disciplina se puede manifestar de muy diversas formas, entorpeciendo la
vida diaria de las aulas, los procesos y tareas educativas que en ellas
se desarrollan y su clima relacional.
Según
Elzo (1999) en las aulas el alboroto y la indisciplina son muy
frecuentes, estando también presente la violencia hacia los profesores,
que se manifiesta en forma de presiones, insultos y agresiones por parte
de los alumnos e incluso de las familias. Esta situación de presión,
conflictividad y tensión que se vive frecuentemente en los centros
escolares, se refleja en el malestar y en el estrés laboral del
profesorado (Esteve, 1984; 1995) (Trianes Torres y otras, 2001).
En
otros países como Gran Bretaña y Estados Unidos (García Correa, 2001)
los problemas de disciplina y agresión hacia el profesorado son
realmente graves y preocupantes, y también comienzan a convertirse en un
problema en nuestro entorno. En este sentido, la constatación de la
existencia del «síndrome de burnout», estrés y bajas laborales lo
confirma.
1. 3. Violencia de la escuela hacia los alumnos
Hemos
analizado la violencia entre alumnos y la violencia de los alumnos
hacia los profesores, pero no todo queda ahí. Hay una dimensión, que es
la de la violencia contra los niños (Sanmartín, 1999), que también está
presente en las aulas (Rodríguez Rojo, 1992) (Fernández Herrería, 1995),
por lo que debemos tenerla en cuenta a la hora de estudiar las causas y
los modelos de intervención ante la violencia de los escolares.
La
violencia hacia los estudiantes se manifiesta a través de formas más o
menos sutiles o directas. A veces se manifiesta en un clima de clase
tenso, en falta de democracia, de participación, en normas de
convivencia y pautas de comportamiento inadecuadas o no consensuadas...;
otras veces, las prohibiciones, la arbitrariedad, los castigos, el
autoritarismo y el no reconocimiento de los derechos de los estudiantes,
son moneda común. Otra manifestación de violencia hacia los estudiantes
es el stress (Trianes Torres, 1999), los exámenes, la sobrecarga de
trabajos... y, por supuesto, el alto grado de fracaso escolar existente
en el sistema educativo, que conduce a muchos alumnos hacia la exclusión
escolar y más tarde social, que denota que no se está abordando el
problema desde una perspectiva global.
La
violencia psicológica a través de la ridiculización, el insulto, el
desprecio y el abandono también está presente en nuestras escuelas y
provoca en los estudiantes vivencias muy negativas. Lo más grave de este
tipo de agresión es que los chicos pasan a convertirse en objeto de
rechazo, de burla y agresión por parte de sus propios compañeros. Según
las investigaciones realizadas en España, los alumnos afirman que los
maestros insultan y ridiculizan (Defensor del Pueblo, 2000) y que, a
veces, los profesores «pegan» (Elzo, 1999), como queda nítidamente
reflejado en una reciente memoria de prácticas de una de nuestras
alumnas de tercero de Magisterio, de la que hemos entresacado un breve
fragmento:
«No
he salido de mi asombro al observar las técnicas del maestro. Léase:
"cachetes" a diestro y siniestro, gritos e insultos, castigos mirando a
la pared ... Me asusta, porque lo veo un poco «violento». A mí no me han
dado cachetes de pequeña en el colegio, así que no puedo entender cómo a
niños de seis años se les pueden atizar semejantes "collejas". Incluso
cuando grita me asusto y me dan ganas de sentarme... Creo que viendo lo
que yo creo que son sus errores se aprende».
2. Causas de la violencia escolar
La
sociedad en la que vivimos rezuma violencia y agresividad, que impregna
todos los ambientes en que se mueven nuestros niños y adolescentes, que
se ven afectados —especialmente los adolescentes— por ella. Hay una
serie muy numerosa de factores y causas condicionantes de las conductas
violentas en la escuela y fuera de ella (Informe del Defensor del
Pueblo, 2000) (Ortega Ruiz y Mora Merchán, 2000) (Debardieux y Blaya,
2001) (Etxeberría, en prensa). De un lado, la agresividad puede ser la
expresión de factores relativamente independientes de la escuela, como
los problemas personales, los trastornos de relación, la influencia del
grupo de amigos o la familia. De otro, podemos decir que la conducta
agresiva de los niños está condicionada por la estructura escolar y sus
métodos pedagógicos, así como por todo un conjunto de factores
políticos, económicos y sociales. En la mayor parte de los casos,
intervienen todos o varios de estos factores, pues las interacciones y
las relaciones interpersonales sólo pueden entenderse contemplando de
una forma global las condiciones sociales e institucionales en que se
producen, siendo por otra parte las personas quienes intervienen con sus
interaccciones en la configuración de los sistemas e instituciones
sociales. En definitiva, existe un estrecho lazo entre problemas
sociales, familiares, escolares y personales en el origen de la
violencia escolar.
2. 1. Causas individuales
Existen
una serie de factores personales que juegan un papel importante en la
conducta agresiva de los niños (Rodríguez Sacristán, 1995) (Train,
2001). Así, hay ciertas patologías infantiles que pueden estar
relacionadas con la agresividad: niños con dificultades para el
autocontrol, con baja tolerancia a la frustración, trastorno por déficit
de atención e hiperactividad (TDAH), toxicomanías, problemas de
autoestima, depresión, stress, trastornos psiquiátricos...; otras veces
nos encontramos ante niños de carácter difícil, oposicionistas ante las
demandas de los adultos, o con niños con dificultades para controlar su
agresividad... A veces se trata de niños maltratados que se convierten
en maltratadores (Echeburúa, 1994) a través de un proceso de aprendizaje
por imitación, o de niños con falta de afecto y cuidado. Otras veces se
trata de niños que encuentran en la rebeldía y en la conducta agresiva
un modelo masculino de con- ducta (López Jiménez, 2000).
En
definitiva, los problemas de disciplina y agresión pueden tener su
origen en dificultades personales de los alumnos, que en muchas
ocasiones no son más que síntomas de situaciones conflictivas o
marginales de socialización, tanto para el niño como para el grupo
social o familiar al que éste pertenece. Por todo ello es necesaria una
intervención conjunta de la familia, y de psicólogos, educadores,
servicios de orientación, animadores sociales y otros profesionales para
abordar la problemática de una manera interdisciplinar y global.
Un
factor muy importante en la determinación de la agresividad escolar
que, conectado al género, queremos resaltar aquí, es la cultura machista
y la exaltación de los modelos duros y agresivos imperantes en nuestra
sociedad. Numerosas investigaciones señalan que existe una mayor
incidencia de indisciplina y violencia escolar entre los chicos, lo que
probablemente se deba a las siguientes causas:
1)
Existen una serie de actitudes y comportamientos diferenciales entre
chicos y chicas, relacionados con la inteligencia emocional (habilidades
sociales, capacidad para la empatía, autoconocimiento, autoestima...) y
con el éxito o fracaso en la escuela. La inteligencia emocional es en
general mayor entre las chicas, quizá porque los chicos temen ser
considerados como débiles (Goleman, 1996) si se comportan siendo
afectivos, amables y comprensivos. Las chicas suelen tener actitudes más
positivas hacia la escuela y sus exigencias, mientras que los chicos
suelen carecer de algunas de las habilidades necesarias (responsabili-
dad, solidaridad, capacidad de diálogo, empatía, autoconocimiento,
autoestima ...) para adaptarse a la misma, lo que les lleva a asociar su
autoestima a la «rebeldía» y a encontrar en el rechazo a las normas
escolares su propia identidad.
2)
Podemos afirmar también que los chicos, gracias a la influencia de la
televisión, el cine, los videojuegos... y de la sociedad en general,
suelen identificarse con modelos más agresivos y rebeldes. En esta
línea, según Rojas Marcos (1995), un elemento que desempeña un papel muy
importante en la violencia, es la exaltación del machismo y los
estereotipos duros en nuestra sociedad (López Jiménez, 2000), que
conducen a asumir conductas identificadas con tales estereotipos, como
beber, pelear... Así, muchos niños encuentran su autoestima adoptando
conductas alejadas de los valores y requerimientos escolares; algunos
son partidarios de resolver los problemas a través de la violencia;
otros son intolerantes e insolidarios..., mientras que otros se
comportan de forma conflictiva, porque temen ser considerados poco
“machos”.
Podemos
afirmar, en consecuencia, que las actitudes y comportamientos
diferenciales de chicas y chicos en el aula, y la identificación con
ciertos roles, son determinantes tanto del rendimiento escolar como de
la aparición de violencia en las aulas. Por ello es necesario que la
escuela cultive actitudes, valores y habilidades de tipo social que
permitan mejorar la convivencia en la escuela y prevenir la violencia en
ella (Trianes Torres y Fernández-Figares, 2001).
2.2. Causas familiares
La
familia es el primer entorno en que el niño se socializa, adquiere
normas de conducta y convivencia y forma su personalidad, de manera que
ésta es fundamental para su ajuste personal, escolar y social, estando
en el origen de muchos de los problemas de agresividad que se reflejan
en el entorno escolar (Fernández, 1999). Si analizamos el contexto
familiar de nuestros niños y adolescentes podemos encontrar algunos
modelos familiares que actúan como factores de riesgo que pueden
desencadenar conductas agresivas: familias desestructuradas, muchas
veces con problemas de drogas o alcohol, con paro y pobreza, con
conflictos de pareja, con problemas de delincuencia, con bajo nivel
educativo... Hay familias en las que se da falta de cuidado y afecto,
abandono, maltrato y abuso hacia el niño... (Rojas Marcos, 1995).
Como
ya hemos señalado con anterioridad, la violencia contra los niños es un
caldo de cultivo capaz de convertirlos en maltratadores y agresivos,
pues el aprendizaje social les conduce a resolver los conflictos a
través de la agresión física o verbal. Así pues la familia, fuente
primaria de seguridad y estabilidad, espacio natural para la convivencia
y el afecto, e imprescindible para un desarrollo sano y equilibrado del
niño, es también, de forma paradójica, el lugar donde se producen
muchas de las agresiones que sufren los menores. En
otras ocasiones nos encontramos con niños que viven en familias muy
autoritarias o punitivas, en las que aprenden que el más fuerte ejerce
el poder y que no es necesario recurrir al diálogo o la negociación para
resolver los conflictos. A veces los niños viven en familias muy
permisivas o con disciplina inconsistente, que no ponen límite a sus
deseos. Al no haber internalizado ningún tipo de normas, estos niños
viven bajo la primacía del principio del placer, por lo que
frecuentemente reaccionan con violencia ante las frustraciones y
exigencias de la realidad. Finalmente, nos encontramos con niños o
adolescentes cuyas familias están muy alejadas socioestructuralmente de
la organización escolar y sus objetivos, lo que provoca en ellos falta
de motivación, pues piensan que los objetivos escolares son
inalcanzables para ellos. Los alumnos expresan en la escuela todos estos
conflictos y además reflejan en ella pautas sociales aprendidas que
fomentan el racismo y la xenofobia, el sexismo o la intolerancia, siendo
sus compañeros o los profesores las víctimas de sus agresiones,
insultos y amenazas. Por todo ello, la escuela debe ser especialmente
sensible a estas situaciones que no son más que un fiel reflejo de los
problemas familiares que sufren nuestros niños y adolescentes.
2. 3. Pantallas y violencia
Vivimos
instalados en una cultura icónica, cuya presencia es cada vez más
fuerte. Las pantallas del cine, la televisión, internet o los
videojuegos, nos bombardean constantemente con todo tipo de imágenes
violentas (García Galera, 2000; San Martín y otros, 1998). Son muchos
los estudios, proyectos, publicaciones, investigaciones o congresos
[Como el recientemente celebrado en Zaragoza bajo el título «Pantallas y
violencia» (Heraldo de Aragón, 2001), o como el que próximamente se
celebrará en Granada bajo el lema «Violencia mediática, infancia,
adolescencia y cultura de paz» (Ortega Carrillo, 2001)], que se ocupan
de analizar la influencia de las pantallas sobre las actitudes,
comportamientos y formación de niños y adolescentes. En el caso de la
televisión, es tal la cantidad de escenas violentas que puede contemplar
un niño o adolescente cada día, que es posible que éstos lleguen a la
conclusión de que es normal matar, disparar o violar, insensibilizándose
ante el dolor del otro, creyendo que «quien utiliza la fuerza tiene
razón» (Dot, 1988).
Según
un reciente estudio realizado por Lola Lara y Javo Rodríguez, que lleva
por título ¿Qué televisión ven los niños?, el 28% del contenido de la
programación infantil de TVE1 analizada estuvo íntegramente dedicada a
imágenes violentas. Además, y según este estudio, la programación
infantil de todas las televisiones emitió, durante tan sólo una semana,
hasta 101 escenas que reflejan actitudes sexistas o que atentan contra
la dignidad de las mujeres, lo que conduce a que los niños construyan
una imagen sesgada del rol de éstas en nuestra sociedad. En televisión
se presenta la violencia como algo «cotidiano y normal» para resolver
situaciones conflictivas, y a los violentos como ganadores y como
dominadores de los demás. La televisión favorece de esta forma el
aprendizaje de la violencia por modelado, reforzando la conducta
agresiva de niños y jóvenes. Por ello es necesario luchar contra la
utilización de la violencia como espectáculo por parte de la televisión,
cuyas programaciones más agresivas invaden incluso las franjas y
espacios dedicados a los niños. Además, en televisión se presenta todo
lo relacionado con la cultura como algo ridículo, aburrido, carente de
interés y sin posibilidad de despertar la curiosidad infantil. Por todo
ello, dada la gravedad del problema y considerando que la televisión
actúa sobre la opinión pública como conformadora de conciencias,
orientadora de conductas y deformadora de la realidad (Sánchez Moro,
1996), se hace imprescindible una regulación de las programaciones,
especialmente durante el horario infantil, así como una mejor formación
de profesores y estudiantes, para que aprendan a descifrar, criticar y
autocontrolarse ante el mundo de la televisión. Otro tanto podríamos
decir de los videojuegos (Etxeberría, 1998) o de Internet, pantallas en
las que aparecen, también de forma muy frecuente, escenas y temas
cargados de violencia, que exigen una llamada de atención a la prudencia
en su uso, dada su contribución al desarrollo de conductas agresivas y
de prejuicios sexistas.
2. 4. La escuela y la violencia
La
escuela juega un papel muy importante en la génesis de la violencia
escolar. La convivencia en la escuela está condicionada por todo un
conjunto de reglas, oficiales unas, oficiosas otras. Los reglamentos,
que a veces no se aplican y que en otras ocasiones son una especie de
«tablas de la ley» o «códigos penales» (Cerrón, 2000, 15) que imponen
normas de conducta y disciplina, pueden hacer difícil la convivencia y/o
provocar reacciones agresivas de los estudiantes o de los profesores.
Todo
el contexto escolar (Trianes Torres, 2000) (Ortega Ruiz, 2000)
condiciona el trabajo y la convivencia. La escuela, con sus actuaciones,
puede fomentar la competitividad y los conflictos entre sus miembros, o
favorecer la cooperación y el entendimiento de todos. En este sentido
podemos hablar de la importancia que tiene la organización del centro,
el currículum, los estilos democráticos, autoritarios o permisivos de
gestión, los métodos y estilos de enseñanza y aprendizaje, la estructura
cooperativa o competitiva, la forma de organizar los espacios y el
tiempo, los valores que se fomentan o critican, las normas y
reglamentos... y, por supuesto, el modo en que el profesorado resuelve
los conflictos y problemas.
Podríamos
añadir, además, otra serie de factores que son germen de conflicto y
agresividad en la escuela (Fernández, 1999) y que señalamos a
continuación:
1)
La crisis de valores de la propia institución escolar, que propicia una
disparidad de respuestas y puntos de vista dentro de la comunidad
educativa; y que se manifiesta a través de la falta de aceptación de
normas, valores y reglamentos escolares por parte de los estudiantes.
Por ello, los problemas serios y prolongados de disciplina y agresividad
pueden ser una señal de poca identificación de los niños con las
actividades y valores escolares y de una falta de legitimación de la
escuela; pero es también un indicativo de los conflictos del sistema
general de valores y del funcionamiento de nuestra sociedad.
2)
El sistema de interacción escolar, que homogeneiza y estimula el
rendimiento individual y la competitividad, siendo incapaz de satisfacer
las necesidades psicológicas y sociales de los estudiantes a nivel
personal y grupal. Esto puede provocar falta de motivación por aprender y
generar dificultades de conducta. En este sentido, el énfasis en el
rendimiento de los estudiantes y en listones uniformes de referencia que
todos deben superar, generan barreras de exclusión y entorpece la
atención a la diversidad.
3)
La escasa atención a los valores de minorías étnicas, religiosas o de
cualquier otro signo... no coincidentes con los dominantes en la
institución escolar.
4)
La concentración (segregación en realidad) en centros o en aulas de
niños y adolescentes en situación de riesgo o con problemas.
5)
Las dimensiones de la escuela y el elevado número de alumnos, que hacen
difícil para éstos la creación de vínculos personales y afectivos con
los adultos del centro.
Por
otra parte, las relaciones interpersonales en la escuela son
fundamentales para la creación de climas más o menos propicios a la
convivencia.
Así,
las relaciones entre profesores crean muchas veces un clima enrarecido
que en nada favorece la convivencia y buen funciona- miento del centro.
Quizá los problemas más frecuentes son las dificultades para trabajar en
equipo, la falta de respeto hacia otros profesores, la existencia de
bandos enfrentados en cuestiones fundamentales, la crítica destructiva y
la marginación o victimización de algunos profesores por sus propios
compañeros o por la dirección del centro.
Por
otra parte, las relaciones entre profesores y estudiantes requerirían
un cambio de los roles tradicionales asociados a ambos y un incremento
de los niveles de comunicación. La violencia escolar se ve favorecida,
en el caso de los estudiantes, por la falta de motivación e interés, por
los problemas de autoestima, por las dificultades de comunicación
personal, por las conductas disruptivas, por el fracaso escolar ...
En
el caso de los profesores, son las relaciones verticales de poder, las
metodologías rutinarias, la poca sensibilidad hacia lo relacional y
afectivo, o las dificultades de comunicación, algunos de los elementos
que favorecen la violencia escolar.
Finalmente,
las relaciones entre alumnos, uno de los espejos más importantes en que
se miran niños y adolescentes (especialmente estos últimos), pueden
ejercer una tremenda influencia en el clima del centro y del aula. Las
relaciones entre alumnos pueden contribuir al enrarecimiento del clima
escolar y a la generación de violencia en contextos educativos,
especialmente cuando éstas son difíciles o conflictivas, cuando hay
grupos dominantes y de presión, cuando hay falta de respeto o
solidaridad, o cuando se producen agresiones y victimización.
Teniendo
en consideración todos los elementos que hemos señalado con
anterioridad, se hace imprescindible una formación del profesorado y de
toda la comunidad educativa que contribuya a prevenir los problemas de
disciplina y agresividad que puedan surgir en el contexto escolar.
En
este sentido en nuestro país están activados, en la práctica totalidad
de las Comunidades Autónomas (Del Rey y Ortega, 2001) (Morollón, 2001),
una serie de programas que de una u otra forma se centran en el papel de
la escuela en la prevención de la violencia a través de la gestión
democrática, del trabajo cooperativo y de la enseñanza de
comportamientos y valores y de la educación de la afectividad.
Destacamos,
entre ellos, los desarrollados por Rosario Ortega, María Victoria
Trianes, María José Díaz Aguado, Isabel Fernández, Nélida Zaitegui... y
sus correspondientes equipos.
Dejamos
constancia también de la labor de las «Comunidades de Aprendizaje», así
como de todas aquellas otras experiencias pedagógicas que favorecen la
creación de climas globales de convivencia escolar y social.
Reseñamos,
finalmente, las investigaciones y programas de intervención
desarrollados por los Movimientos de Educación para la Paz (Fernández
Herrería, Jares, Torrego, Rodríguez Rojo...) (Se puede consultar una
recopilación de bibliografía sobre educación para la paz en Cascón
Soriano, 2000), así como todo un conjunto de acciones y publicaciones
que de una u otra forma quedan reflejados en los artículos que se
publican en esta monografía (pulsar aquí para acceder a la misma a texto completo)
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